jueves, 14 de mayo de 2009

Ana y yo

12 años. Quizás demasiado pocos.
Era (y sigo siendo) una niña crédula, me gusta confiar en los demás. Soy muy dependiente, cariñosa aunque me cueste demostrarlo, y rápidamente siento apego hacia la gente que me rodea pero, a la vez, odio sentirme tan “enganchada”. Sabiéndolo, no hago nada por evitarlo. A veces siento impotencia y me enfado con todo lo que me rodea, pero eso no es una solución. Ni siquiera sé si quiero cambiarlo. Me gusta vivir las cosas intensamente, que todo me acabe afectando de una u otra manera; considero que eso es vivir, lo otro es transitar por un interperíodo entre el no-ser y el dejar de ser.
La cuestión es que de niña fui gorda. Tenía amigas, mi primera clase fue una especie de pequeña familia. Éramos 11, 9 niñas y 2 niños. Pero en el cambio de aula, en la cual pasamos a ser 30 y pico alumnos, me di cuenta que era gorda. Mis amigos jamás lo dijeron, pero a los 10 años mis nuevos compañeros empezaron a llamarme “bola de grasa” y otros nombres que no quiero ni recordar. En mi antigua clase, con mis verdaderos amigos, yo siempre había sido la divertida, la inteligente, en la que todos contaban. En la nueva, me sentía ignorada: mi profesora no tenía en cuenta todos los insultos que padecía diariamente; en cambio, atendía cuidadosamente a aquellos que sufrían uno de tanto en cuanto. Todo esto provocó llantos y desesperación, pero a la vez me hizo ver la realidad: que nunca debo contar con nadie para que me ayude. Ayúdate a ti mismo.
Y así fue como pasaron 2 años, entre los que seguí sufriendo insultos y fui, inconscientemente, encerrándome en mí misma. La gota que colmó el vaso, fue el cambio de clase de mi mejor amiga. La que siempre había estado allí desde los 5 años, aunque nos peleásemos. Ahora, me encontraba en otro ambiente distinto y sin ella.
Ese año fue raro. Al acabar el curso, me sumergí en Internet. No sé qué pensaron mis padres que hacía, pero aquello me cambió la vida. Conocí a mi primer amor. Y no es que no hubiera tenido ya alguna otra experiencia amorosa, pero… aquello me tocó de verdad. Hablar con él me hacía sentir mayor. Apenas nos llevábamos 2 años, pero para mí era un abismo. Él siempre tan mayor. Yo siempre tan pequeña. Era una nueva aventura, alguien desconocido. Alguien irreal, porque en muchos meses apenas llegamos a vernos. Yo tenía miedo.
Creía que nunca le gustaría, de hecho era de lo más normal porque teniendo en cuenta los comentarios que recibía, jamás podría optar a que un chico se fijase en mí. Así que me propuse adelgazar y, cómo no, caí en la trampa de Ana.
Al principio, todo era un juego. Se trataba de evitar las cosas que más me gustaban: las chocolatinas, las chuches, la pasta, los pasteles, los bollos, el pan. Poco a poco, fui suprimiendo más cosas: las patatas, las legumbres, y un largo etcétera hasta que, finalmente, sólo comía verdura y en su defecto, gazpacho. Así logré perder bastantes kilos en un verano y eso me ayudó a ganar cierta reputación al volver a la escuela, con lo que seguí haciendo dieta. Una dieta en la que me podía pasar días sin probar bocado, siendo la más feliz del mundo.
Pero los problemas empezaron a llegar: cansancio, anemia, mareos… y mi madre, como buena madre, algo se temía. Así que, sin saber cómo, me encontré comiendo de nuevo, pero con “control”. Justo en ese momento mis amigas (que había recuperado junto con la imagen y la reputación) me recomendaron que diera un paso más con aquel chico, hasta tal punto que me hicieron llamarle. Y oí su voz. Y fue la sensación más increíble. Recuerdo que era al final del día, antes de subir al autocar, en la cabina que había justo en la salida del edificio. No lo podía creer. Estaba enamorada.
Coqueteé muchísimo tiempo con Ana; ella era mi salvavidas. Si no comía, me sentía poderosa, llena de fuerza, más inteligente y seductora. Pero había días en los que no aguantaba más o, simplemente, me forzaban a comer. Aunque intenté ver a Mía, jamás pude. Supongo que esa hubiese sido mi perdición definitiva.
Ana siempre ha planeado por encima de mi vida. Es una sombra en la que me refugio en los malos momentos, alguien a quien recurrir cuando tu autoestima roza límites insospechados o cuando tienes una cita al día siguiente. Ella es ese faro que sigues en la oscuridad. Porque tiene tanta fuerza, es tan increíblemente atrayente y seductora, que una vez que la conoces, no puedes dejar de pensar en ella cuando te sientes mal. Todas sabemos a lo que lleva, pero muchas anhelamos saber convivir con ella eternamente. Aunque sea difícil, porque con Ana, o acabas por culpa de ella o te separas y la recuerdas eternamente. Nunca podrá ser tu mejor amiga. Aunque puedo jurar que ese es uno de mis sueños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario